miércoles, 27 de enero de 2016

Reflexiones sobre el aprendizaje de escritor

Leonardo Rossiello publicó en la revista electrónica Letralia (Tierra de Letras) algunas reflexiones sobre el arte de escribir. Las reproduzco aquí por si alguna de ellas pudiera ser útil a alguien. Para mí lo han sido.




El aprendizaje de la escritura no debe considerarse nunca un proceso acabado. Por eso tal vez sería mejor hablar de cómo empezar a aprender a escribir. Esto es o debería ser así porque apenas consideremos que ya "sabemos" escribir, nos cerramos a nuevas posibilidades de desarrollo, nos estancamos y, lo que es pero, retrocedemos, aunque no nos demos cuenta. Me parece sano y productivo estar en permanente actitud de estar aprendiendo a escribir, aunque ya hayas publicado muchos libros.
Las habilidades adquiridas se devalúan. Esto está relacionado con lo anterior; quiero decir que lo novedoso se torna usual, la percepción se automatiza y la escritura de otros autores, el paso del tiempo y las exigencias de la literatura hacen que sea imprescindible escribir a diario. Un escritor no debe pasar un solo día sin escribir, por lo menos una o dos páginas. Para escribir un cuento hay que tener una gran papelera- y llenarla-; para publicar un libro conviene haberlo escrito en muchísimas versiones anteriores. No te apresures a publicar; la literatura tiene un tiempo propio, el tiempo casi detenido de las bibliotecas. Cada año se publican más de cien mil títulos en el mundo hispánico. Piensa que tu obra tiene que ser leída también cuando ya no estés entre los vivos. Trata de que sólo la excelencia sea digna de tu literatura.

Hay una relación innegable entre la lectura- y la relectura - y la escritura. Creo que sería fácil demostrar que la mayoría de los escritores son voraces lectores. Esto significa que debes dar prioridad a la lectura: dedicarle tiempo y continuidad. ¿Qué leer? Leer en dos direcciones: 1) Clásicos y autores de los que razonablemente puedas decir que son clásicos. Me parece que si un autor nos gusta, conviene conseguir su primer libro, leerlo y estudiarlo (esto es, leerlo críticamente) en sistema, seguir con el segundo y así hasta conocer toda su obra. 2) Teoría y crítica literaria (hay abundante bibliografía). Teoría del cuento y de la novela, narratología, análisis y comentario de texto, crítica literaria. Influencia lecturial y teórica tienen que ser bienvenidas. No creamos; en rigor, combinamos palabras e ideas que existen antes, independientemente de nosotros. Un texto es también  un intertexto, como se ha dicho hasta el cansancio.
El trabajo de cajón suele ser descuidado o subestimado. Esto es peligroso. Trabajo de cajón es escribir, reescribir, pulir y corregir rabiosamente un texto y cuando creemos que es inmejorable  recordemos que es mejorable, lo metamos en un cajón y no lo saquemos de allí hasta que hayan pasado varios meses, para entonces sí, con nuevos ojos, darle, ojalá, la redacción definitiva. Hasta que no se publique, un texto nunca "es"; siempre está.
Somos ciegos ante nuestra propia creación. Deberíamos ser autocríticos a priori. Ser críticos a posteriori es casi decir estar arrepentidos de lo que acabamos de publicar. Ocurre a menudo; por desgracia es más común de lo que sería deseable. Podríamos haber evitado esta autocrítica a posteriori si hubiéramos sido más críticos con nosotros mismos. Pero, ¿cómo serlo si es cierto que somos ciegos ante lo que hacemos? Tomemos prestados los ojos de los amigos y familiares. Escuchemos, meditemos ya aceptemos (críticamente) sus críticas y sugerencias. La arrogancia y la autosuficiencia no tienen nada que hacer en un acto creador.
Si no tenemos un sentido de la autodisciplina no llegaremos muy lejos. La continuidad de un esfuerzo vale muchísimo  más que el rapto deslumbrador, la idea brillante, la formulación novedosa. Ellas vienen, acaso, una vez  sin una disciplina; muchas si nos proponemos el "obstinato rigore" que sugería Leonardo da Vinci. "Escribo cuando tengo ganas" no sirve. Entonces escribes mal. Si escribes con disciplina, a poco verás que siempre tendrás ganas de escribir. "Escribo cuando tengo tiempo" tampoco sirve. Deberíamos poder decir "Escribo porque me hago tiempo". Como todo arte, la literatura se ha hecho y se seguirá haciendo a costa de renunciamientos y sacrificios. "Todo no puede ser", como dice mi madre. Si eliges ser escritor, tómate la literatura en serio, como tal vez lo hagas con el humor.
Conviene rodearse de y practicar otras actividades. Sor Juana Inés de la Cruz escribió que si Aristóteles hubiera sido cocinero habría sido mejor escritor. Estoy convencido de que Sor Juana tuvo razón. Al lado de la escritura hay que hacer el amor, cocinar, lavar los pisos, navegar, reírse, bailar, ir al fútbol, cambiar los pañales a los hijos, tomar unas copas con los amigos de vez en cuando; viajar, en suma vivir. La torre de marfil y el ratón de biblioteca ya pasaron a la historia. Ojalá que no vuelvan nunca más. Literatura acartonada no sirve. Deja que la vida penetre como una sabia savia en tu obra.
El trabajo artesanal puede y debe completarse con la tecnología moderna. La computadora, por ejemplo, te permite tener varias versiones de un mismo texto, trabajar simultáneamente con ellas, usar programas de corrección (yo mismo no lo hago, aunque debería hacerlo), tener acceso a diccionarios y enciclopedias, a referencias bibliográficas, a libros de historia y a una cantidad de datos en línea que tal vez necesites para tu texto. Un recurso técnico que recomiendo: lee en voz alta (o pídeselo a alguien que tenga buena voz y lea bien) y graba tu texto en una grabadora. Si es un poema, no habrá dificultades (salvo que hayas escrito otro Canto General); si es un cuento, tampoco; si es una novela, hazlo por capítulos o partes. Luego enciérrate en un cuarto a oscuras, asegúrate de que nadie te moleste, y escúchate. Esto te permitirá detectar cacofonías, repeticiones, aspectos no claros del texto, partes que tal vez pasaron inadvertidas al ojo, pero no al oído. Rescatemos y reflotemos la dimensión fónica, sonora, musical que una vez tuvo la literatura. Placer y disciplina: lírica viene etimológicamente de "lira"; sintaxis, del griego "formación y orden para la batalla".
Antes de comenzar la escritura te conviene tener claro dos cuestiones: 1) A qué lector ideal te diriges. Esto es especialmente relevante para la lírica y la narrativa que están "marcados" históricamente. Tenerlo presente te dará una clave de registro, de la que no te deberías apartar. 2) Saber a dónde quieres llegar. Te conviene tener bastante claro los grandes rasgos de la estructura, la disposición, la estructura temporal de la historia, si es narrativa. También, desde luego, el final. Claro está que en el transcurso de la escritura esto puede cambiar, pero conviene saber siempre desde dónde salimos y dónde estamos para saber cuál es el mejor camino para llegar a la conclusión.
Los comienzos y los finales de un texto son casi tan importantes como el resto. Deberíamos prestarles especial atención y, por tanto, dedicarles mayor cantidad de tiempo y de trabajo. El comienzo debe tener algún tipo de "gancho" (sin que esto signifique violencia gratuita o rebuscada originalidad), incluso para los cuentos "de atmósfera". Esto es así porque, como en el ajedrez, la apertura define si captaste el interés del lector o no, esboza los motivos más importantes, en ocasiones la estructura de todo el texto. Un buen comienzo es prometedor; uno malo es prometedor de una lectura inconclusa. Los finales son importantes por razones difíciles de comprender. Sin embargo quisiera subrayar una que me parece fundamental en este contexto, y es que en el final, más que en el comienzo, suele estar lo que llamaría la clave de la memorabilidad del texto. El acorde final debería quedar resonando en el alma del lector, haciéndolo sentirse enriquecido con la lectura de tu texto. Un final adecuado, revelador, cercano al momento de la epifanía, vale oro. El lector te lo agradecerá.

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